El concepto de posverdad se ha convertido en una palabra de moda. âHa tenido éxito, porque, en parte, suena apocalÃptico, está dotado de espectacularidad, y, en parte también, porque es un concepto extremadamente moralista y con escasa fundamentación teóricaâ, apunta la autora de esta investigación, la profesora Pilar Carrera, del departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la UC3M, que ha publicado este trabajo recientemente en la Revista Latina de Comunicación Social.
Este término se utiliza tanto para denominar la supuesta superación de un estado previo en el que, al parecer, la verdad era la norma, como para legitimar determinados procedimientos que, en opinión de la autora, tienen mucho más que ver con la esfera del poder que con la de la verdad. âSi yo digo que estamos en el momento de la posverdad, es que el momento de la verdad lo ha precedido. Decir esto es un tanto osado, porque la era que ha precedido la posverdad no era de la verdad y menos en términos de medios de comunicación, los cuales están atravesados de intereses que hacen que hasta cierto punto toda información tenga una agenda y todo discurso la tenga tambiénâ.
Si acudimos a la definición que proporciona la RAE sobre posverdad, nos damos cuenta de lo poco novedoso del fenómeno: âDistorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes socialesâ. âPero hay, evidentemente, algo nuevo. Y lo nuevo es, precisamente, que se pretenda que el fenómeno es nuevo. Declarándolo tal se consigue, entre otras cosas, focalizar la atención en fenómenos subsidiarios desde el punto de vista sistémico, como las llamadas fake news, que no cabe duda de que son bastante menos peligrosas y eficaces en términos de manipulación que las que se siguen tomando por verdaderasâ, indica Pilar Carrera.
Cuando se apela a âhechos fundacionalesâ de la era de la posverdad, se habla del Brexit y de Donald Trump, es decir, se recurre a eventos y personas directamente vinculadas con la esfera del poder polÃtico, afirma el estudio. Se sostiene, por ejemplo, a modo de prueba de la existencia de la posverdad, que la validez de las evidencias clásicas (por ejemplo, grabaciones, fotografÃas, etc.) ha caÃdo en desuso, y se dice que Donald Trump ya no se sonroja por negar algo que habÃa sido grabado o fotografiado. âEn ningún momento se cuestiona el frágil estatuto probatorio de una grabación o de una fotografÃa, sea analógica o digitalâ, precisa la investigadora.
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El concepto de posverdad parece tener cada vez más presencia en nuestra sociedad y en los medios de comunicación periodÃsticos. (Foto: Roman Kraft / Unsplash)
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La noción de posverdad y otras conexas (como las fake news) han florecido a la sombra de Internet y la supuesta superabundancia informativa que se le atribuye. Se dice que, en parte, esto se debe a que hablan fuentes no autorizadas, todo el mundo comenta y se crea el caos. El artÃculo matiza y cuestiona esta atribución de responsabilidades: âEstamos culpando al usuario cuando éste normalmente es un viralizador y no un generador de contenidos. Quien finalmente acaba consiguiendo viralidad no es el ciudadano de a pie, sino estrategias muy planificadas que requieren de emisores en determinadas institucionesâ, señala la investigadora.
Esta investigación también reflexiona sobre el papel que asumen los medios de comunicación que realizan fact-checking como una solución para combatir la posverdad. Esta âcruzada contra lo falsoâ puede ser interpretada también como parte de un simulacro o escenografÃa mediáticos, según la autora. Cuando se busca el antÃdoto para la posverdad, a menudo se apela a los hechos, como si estos fueran entidades preexistentes al discurso y a la interpretación: âLa mayor parte de las veces, lo que denominamos âhechosâ son, en realidad, âhechos discursivosâ o fragmentos de mediación. Pensemos de qué se componen, esencialmente, los denominados relatos de no ficción (periodÃsticos o documentales)â, señala Pilar Carrera. âLa mentira, en el ámbito mediático, no se refuta con âhechosâ, sino con argumentos y documentosâ.
Desde hace décadas, desde el ámbito de la TeorÃa de la Comunicación se dice que las noticias están atravesadas por intereses y que tienen una agenda, un punto de vista y un enfoque. âConvertir en verdaderas aquellas noticias que no son fakes, es peligroso. Ninguna noticia es transparente y todas, empezando por las que se toman por verdaderas, deben ser leÃdas como productos discursivos, como relatos sujetos siempre a interpretación y atravesados por intereses de diverso signo, no como âhechosââ. (Fuente: UC3M / DICYT)