El ilusionista James Randi, acostumbrado por su profesión a hacer cosas que parecían sobrenaturales sin serlo, comenzó ofreciendo en 1964 mil dólares de su bolsillo a cualquiera que le demostrase la existencia real de algún fenómeno sobrenatural. La demostración debía hacerse con experimentos capaces de probar científicamente esos supuestos fenómenos o desmentirlos. A través de sucesivas etapas, el reto se hizo famoso, obtuvo la colaboración de patrocinadores y el dinero para el premio llegó a ser de un millón de dólares. Durante las varias décadas que estuvo en activo, se examinó a muchas personas que afirmaban poseer poderes mágicos y aspiraban al premio, pero nadie consiguió superar las pruebas. De haber sido real alguno de los fenómenos propuestos, se habría podido demostrar de manera fácil y contundente, de modo que pareció que las personas tienden más a creer en lo sobrenatural, algo que se remonta a los orígenes de los tiempos, que a poder demostrarlo.
Aunque es la iniciativa más célebre de este tipo, no es la primera. El ilusionista y escapista Harry Houdini, fallecido en 1926, estuvo muy activo en los últimos años de su vida desenmascarando personas que afirmaban poseer poderes mágicos. Al igual que James Randi, él había hecho muchas cosas que parecían sobrenaturales y conocía a fondo el arte de engañar los sentidos del público. Houdini fue miembro de un comité de investigación que examinaba casos de cierta clase de fenómenos sobrenaturales, relacionados con médiums y aparición de fantasmas. La revista Scientific American, organizadora del desafío, se comprometió a premiar, con 2.500 dólares en cada una de dos modalidades, a las primeras personas cuyos logros de ese tipo fuesen demostrables científicamente. Ninguno de los aspirantes investigados por el comité logró ganar premio alguno.
También es destacable, ya en la década de 1930, el premio de 6.000 dólares ofrecido por Hugo Gernsback a cualquier astrólogo capaz de predecir con precisión tres sucesos importantes del futuro cercano. Gernsback es conocido mayormente por su labor editorial pionera en el género de la ciencia-ficción, palabra que muchos consideran acuñada por él. En 1926 lanzó al mercado la revista «Amazing Stories», publicada por la editorial que él fundó. Así que no puede decirse de él que fuese una persona con mentalidad poco abierta.
(Foto: Pixabay)
El gato escritor sobrenatural
En otras ocasiones, la ciencia se ve envuelta en casos que podrían parecer completamente sobrenaturales; aunque todo acabe siendo una broma. ¿La mentalidad científica garantiza comportarse siempre con racionalidad? En principio, sí, pero pueden darse situaciones que pongan en duda esta afirmación. Si un científico agrega a su gato como coautor de su artículo académico es fácil que desconfiemos de la validez científica de su trabajo y hasta que dudemos de su salud mental. Sin embargo, en un caso, que, por lo que sabemos, es real, podemos recurrir a la socorrida excusa de que «No es lo que parece».
Se cuenta la anécdota de que, en 1975, cuando el físico Jack Hetherington, de la Universidad Estatal de Michigan, se disponía a enviar a una revista científica su artículo recién redactado sobre ciertos aspectos del helio-3, que él intuía, acertadamente, de notable importancia, un colega le advirtió de que, pese a ser un solo autor, hablaba en cuarta persona a lo largo de todo el artículo, como si hubiera sido escrito por más de una. Eso incumplía las condiciones de publicación de la revista y por tanto se lo devolverían para que lo corrigiese, con lo cual ya no podría verlo publicado tan pronto como esperaba.
Con solo su máquina de escribir y sin ordenador, la tarea extra, por lo que él consideraba una menudencia, se le hacía titánica. Así que decidió saltarse la burocracia agregando a un segundo autor. Agregar el nombre de una persona real, por ejemplo de algún científico colega suyo, era problemático. Agregar el nombre de un científico inexistente le pareció menos conflictivo. Para escoger el nombre, pensó en su gato. Escogió como apellido el nombre del padre de este, a modo de apellido paterno, precedido por tres siglas que correspondían a la especie de su mascota y al nombre de esta. Dicho y hecho, agregó como coautor a su gato, «F. D. C. Willard», y envió el artículo, que se publicó y tuvo muy buena acogida. La broma del gato con poderes de escritura tardó poco en destaparse. Se prolongó incluso en una serie de copias del artículo en las que aparecía la firma de Hetherington y al lado, seguramente por la mala caligrafía del gato que impedía que escribiese de forma legible su nombre, una mancha dejada por su pata, a modo de huella dactilar. La broma fue recibida con buen humor por mucha gente de la comunidad científica, aunque a los editores de la revista académica que publicaron el artículo coescrito por tan singular científico no les hizo ninguna gracia. (Fuente: NCYT Amazings)