Los tratamientos apoyados empíricamente son considerados como el estándar de oro en la pirámide de la evidencia científica. La División 12 de la Sociedad de Psicología Clínica de la Asociación Americana de Psicología (APA), clasifica la evidencia científica que apoya estos tratamientos como «fuerte» o «modesta», o incluso, a veces, «controvertida», si los resultados obtenidos en diferentes estudios arrojan datos contradictorios.
En su momento, los criterios que estableció la APA para realizar esta clasificación de tratamientos fueron establecidos por Chambless et al. (1998), lo que significó un paso decisivo y positivo para el desarrollo de estudios clínicos más robustos científicamente en el ámbito de la psicología sanitaria.
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No obstante, la crisis de replicabilidad de estudios en Psicología, ha puesto en evidencia que la significación estadística de los resultados es un criterio precario para establecer la relevancia de los datos clínicos. Por este motivo, un equipo de investigadores, liderados por John Kitchener de la Universidad de Victoria y Alexander J. Williams de la Univerisdad de Kansas, ha publicado recientemente un estudio (una revisión meta-científica) en el que han analizado la solidez de los estudios científicos utilizados para fijar los tratamientos apoyados empíricamente por la APA, así como para proponer una mejor definición de lo que se puede entender por evidencia fuerte o modesta.
Partiendo de los estudios utilizados por la APA para determinar el estado o nivel de evidencia de los diferentes tratamientos psicológicos, los investigadores han realizado un análisis complementario de los resultados informados en los mismos, calculando cuatro nuevos indicadores (tasas erróneas de información de resultados, potencia estadística, estimadores de replicabilidad y factores bayesianos), que permiten establecer conjuntamente una visión más exacta de la credibilidad de las investigaciones. A este respecto, los tratamientos apoyados empíricamente con un nivel de evidencia fuerte, según establecen los investigadores, deben estar sustentados en estudios que informen con precisión y con una buena potencia estadística, que no tengan evidencias de significación estadística infladas y que los resultados obtenidos sean más compatibles con la eficacia que con un efecto nulo de la intervención.
En total, los investigadores han realizado un análisis de 3.463 efectos de un total de 453 artículos, si bien no ha sido posible el cálculo de la totalidad de indicadores propuestos en todos los casos debido a que algunos estudios no informaron de los resultados con suficiente detalle.
Tras el cálculo estadístico, del conjunto de tratamientos apoyados empíricamente por la APA, cerca del 20% cumplieron con los indicadores alternativos de credibilidad y confianza desarrollados por los autores del estudio. Específicamente, el 22% de los tratamientos clasificados como fuertes por la APA (por ejemplo, la exposición para el tratamiento de las fobias específicas o la terapia de procesamiento cognitivo para el trastorno por estrés postraumático) y el 14% de los clasificados como modestos por la APA (por ejemplo, la terapia de reminiscencia y revisión de vida para la depresión), alcanzaron los criterios de calidad establecidos por los investigadores para clasificarlos como evidencias fuertes.
Tal y como plantean los autores, el presente estudio plantea la necesidad de reformular los métodos de análisis de resultados en la investigación sobre tratamientos apoyados empíricamente. Asimismo, los autores insisten en la importancia de invertir mayores esfuerzos en la realización de artículos de investigación más precisos y detallados y en la implementación de estudios de colaboración a gran escala en los que participen diferentes equipos a nivel internacional, para poder fundamentar sólidamente los resultados de los estudios sobre la eficacia de los tratamientos psicológicos.
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