Evaluar la evolución del estado de ánimo de la población española durante la crisis del coronavirus con el fin de analizar las estrategias más efectivas para la adaptación y los factores agravantes es el principal objetivo del estudio que están llevando a cabo los investigadores Carlos Suso Ribera, profesor ayudante doctor de la Universitat Jaume I, y Ramón Martín Brufau, profesor asociado de la Universidad de Murcia y adjunto a la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil del Servicio Murciano de Salud (España).
El análisis, denominado «Evolución del estado de ánimo durante la crisis del coronavirus (COVID-19)», parte de los datos recogidos a través de un cuestionario web en el que se chequea diariamente el estado anímico y emocional de la población durante el confinamiento en cuanto a factores de fatiga, irritabilidad, ansiedad, tristeza o energía, así como las conductas que adoptan en esta situación respecto a la actividad física, exposición al sol, horarios y rutinas, o interacción con otras personas, entre otras. Asimismo, también se tienen en cuenta factores demográficos o de carácter socioeconómico como la situación laboral o el nivel de ingresos para determinar qué perfiles son más vulnerables emocionalmente durante el confinamiento.
Gracias a este registro continuado de respuestas, que todavía está en marcha, el estudio presenta una imagen representativa de toda la geografía española en cuanto a la evolución de la crisis, una información de gran valor a la hora de atender el estado psicológico de la población con mayor efectividad por parte de los equipos de salud mental y valorar la influencia de las estrategias adoptadas a nivel individual.
Cabe destacar que el estudio, de participación anónima y voluntaria, cuenta con datos registrados desde el primer día del estado de alarma, con cerca de 3.000 respuestas en el inicio del confinamiento y una evaluación diaria de unas 500 personas, aunque se ha ido reduciendo progresivamente con el paso de las semanas. La participación ha sido mayoritariamente femenina, con una proporción del 70-30%, aunque con una menor representación de mayores debido a la brecha digital. Asimismo, tampoco se han analizado niños y niñas por una cuestión de protección de datos.
Carlos Suso. (Foto: UJI)
Los resultados del análisis evidencian la capacidad de adaptación de la población frente a esta situación, con una tendencia a la estabilización con el paso de las semanas, y apuntan a que la tolerancia a la frustración es una de las principales claves del bienestar, con una repercusión mucho mayor que otros factores como pueden ser el económico o los relacionados con el entorno. También se ha detectado la importancia de llevar a cabo conductas que persigan objetivos concretos y estén asociadas a valores, es decir, que no se realicen simplemente para mitigar las sensaciones desagradables.
«Inicialmente la noticia del confinamiento fue dura y tuvo un impacto importante a nivel de depresión, irritabilidad o de cansancio. Además, hemos observado que ha habido momentos puntuales en los que se ha empeorado dentro del propio confinamiento, sobre todo coincidiendo con los anuncios de la ampliación del estado de alarma», explica Carlos Suso. No obstante, señala que estos niveles se han ido estabilizando con el paso de las semanas y ahora están retornando a los niveles pre-crisis con la nueva fase de desconfinamiento gradual.
En cuanto a los perfiles más afectados por la situación, los conductores del estudio destacan el impacto en los adultos jóvenes, de entre 18 y 30 años, así como en las mujeres en los primeros días de cuarentena. «Uno de los hallazgos más sorprendentes que hemos encontrado es que la población joven adulta es de las que peor ha llevado la situación, posiblemente por la interrupción de muchos de sus proyectos vitales o por la falta de recursos psicológicos, ya que todavía están elaborándolos», señala el investigador de la UJI. En este sentido, Carlos Suso pone de relieve la importancia de prestar más atención a este segmento de la población, aunque también destaca la gran capacidad de adaptación que han mostrado con la evolución del confinamiento.
Desde un punto de vista de género, el análisis muestra un nivel de malestar emocional más alto en mujeres al principio del confinamiento, aunque después se ha igualado. «Nuestra hipótesis es que cuando empezó el estado de alarma eran las mujeres las que estaban haciendo un mayor esfuerzo, haciéndose cargo de la casa, el cuidado de los hijos y adaptándose a una nueva situación, y eso les afectó, pero a medida que ha avanzado el confinamiento se ha ido ajustando y ha mejorado», señala Suso.
En el estudio también se les preguntaba a los participantes sobre las condiciones de su entorno y el nivel global de ingresos. En cuanto a las personas que viven solas, el investigador de la UJI explica que «no lo han pasado peor en ningún momento de la evolución, quizás porque hay recursos que pueden haber facilitado que se hayan sentido mejor, como las redes sociales, y por su capacidad de estar solos, que puede haberles beneficiado». En cambio, se han detectado mayores índices de depresión y ansiedad en los primeros días de confinamiento en personas que conviven y sin hijos, aunque con una tendencia hacia el equilibrio. De la misma forma, la preocupación por el futuro económico en hogares con menos recursos se percibía más en la fase inicial, pero se ha ido igualando.
A pesar de todos estos condicionantes, los investigadores subrayan que, con diferencia, de todos los factores que influyen en el estado emocional el más determinante es la tolerancia a la frustración, es decir, adoptar una actitud resiliente y entender que las dificultades forman parte de la vida. En este sentido, aconsejan definir propósitos de acuerdo con unos valores y huir de conductas a corto plazo que puedan generar daño.
Además, a raíz de los datos obtenidos en el inicio del confinamiento, los responsables del estudio también han elaborado una lista de ocho consejos relacionados con las variables que más afectan al estado de ánimo. Las recomendaciones se resumen en promover una buena higiene del sueño, utilizar internet para interactuar con amigos y familiares pero no de forma pasiva, informarse con moderación, realizar actividad física, exponerse a la luz solar, no recurrir a la comida cuando se experimenta malestar emocional, permitirse a uno mismo sentirse mal y prestar especial atención a los adultos jóvenes. (Fuente: UJI)