Sanar heridas emocionales no implica olvidar, significa por encima de todo conseguir que ellas dejen de controlar nuestras vidas. Algo así requiere un meticuloso proceso de transformación donde debemos entender que ya no volveremos a ser los mismos, porque la curación no es un retorno sino una reconstrucción donde daremos forma a alguien nuevo, alguien más fuerte y más valioso.
Todos tenemos heridas que necesitan ser curadas. Vivimos en un mundo donde existen muchas formas de violencia, algunas más explícitas y otras encubiertas y silenciosas. Así hay marcas que pueden dejar huella en nosotros como el sexismo, la discriminación, el bullying, la intimidación física o en las redes sociales, los efectos de la disfunción familiar o incluso los mensajes culturales sobre la belleza y el éxito.
En los últimos siglos la psicología occidental ha intentado sanar heridas desde su amplio abanico de enfoques y técnicas con más o menos acierto. La psicología desde sus inicios ha buscado proporcionar técnicas adecuadas con las que mejorar nuestros patrones de pensamiento y comportamiento para conseguir una mejora vida.
No obstante, nada de esto será posible si la persona, si el propio paciente o cliente, no pone voluntad. Lo que ocurre muy a menudo es que lejos de atender a ese problema, ese hecho puntual o ese pasado traumático, las personas optamos por apretar los dientes, cerrar el corazón y avanzar sin mirar por el retrovisor.
Otro error en el que solemos caer es pensar que el tiempo todo lo cura, que no hay más que dejar pasar los días, los meses y los años para que todo se resuelva. Sin embargo el tiempo no cura nada, lo que sana es aquello que hacemos con ese tiempo.
Existe un libro muy interesante titulado “The primal wound” del psiquiatra John Firman, que nos explica algo tan interesante como útil. Sanar heridas no significa borrar traumas, significa habilitarnos de nuevo como seres humanos y supone por encima de todo saber crear una conexión empática con esa herida primaria.
Cuando una persona acude a terapia lo primero que percibirá es un entorno empático, un escenario cálido y cercano donde el psicólogo busca en todo momento conectar con su paciente. Ahora bien, algo que debe conseguir el paciente por su parte es conectar empáticamente con sus heridas, con sus necesidades internas, esas a las que ha descuidado o no ha querido ver.
De este modo, podremos ir poco a poco cicatrizando ese trauma primario y sus efectos secundarios con tiempo, con delicadeza y con seguridad. Asimismo, otro aspecto de utilidad que nos explica el doctor Firman en su libro es la importancia de saber aplicar adecuados auxilios emocionales a todos esos “rasguños y cortes emocionales” que las personas solemos sufrir en el día a día. Veamos algunos ejemplos.
Sanar heridas exige poner en marcha más que un cambio, más que una variación a nivel personal y en nuestro entorno para dar forma a alguien nuevo. En ocasiones, conocer a nuevas personas, emprender nuevos proyectos o practicar nuevas aficiones nos ofrece adecuados incentivos para empezar a palpitar con más fuerza y más ilusión.
O como dice un viejo proverbio chino, si nos arreglamos cada día el cabello ¿por qué no hacemos lo mismo con nuestro corazón? Sanar heridas es posible, empecemos hoy mismo a sanarnos.
Fuente: La Mente es Maravillosa