No son escasos los estudiosos que sostienen que el concepto de psicopatía -al contrario de lo que se cree- no fue una proposición formulada originalmente en el seno de las ciencias que se ocupan de investigar y comprender la psique humana: el psicópata -este ser definido como inhumano- fue una creación de la criminología. Luego posiblemente el campo psi ha hecho suyo este legado. Si reflexionamos sobre ello en términos político-criminales, es decir, si consideramos que la definición del delito consiste en un proceso de selección, histórico-espacialmente situado, de comportamientos reprochables desde un prisma jurídico-social, entonces la invención del ser inhumano, precisamente por la ciencia que se dedica a pensar el crimen, de algún modo propone un acercamiento entre bestialidad y desvío/delincuencia.
En cierta medida, aunque la tesis lombrosiana del criminal nato haya ido perdiendo credibilidad científica a lo largo de la historia, la fuerza simbólica del acercamiento antes mencionado ha vuelto atávica la representación social que a partir de él se ha ido construyendo. Así, si bien el argumento de la influencia del ambiente sobre el individuo haya ganado vigor con el paso del tiempo, todavía es posible observar que el influjo de lo social, cultural, político y económico en lo individual más bien coadyuva en los análisis de carácter microsocial sobre el fenómeno delincuencial, sobre todo en lo que respecta a las investigaciones empíricas con uso de método cuantitativo. Una muestra -y también consecuencia- de ello es el énfasis puesto en recurrir a los estudios sobre los factores de riesgo delictivo a la hora de armar estrategias de prevención y/o intervenciones psicosociales en personas que cometieron crímenes.
Las tasas de encarcelamiento han crecido contundentemente a lo ancho del globo en las últimas décadas, incluso en países con índices bajos de criminalidad como es el caso de España. En paralelo, los expertos señalan que la brecha entre ricos y pobres se ha ampliado enormemente a nivel planetario. Basta con echar un vistazo a los informes sobre las características de los presos y presas que habitan las cárceles, sea donde sea que estén ubicadas en el mundo (al menos en el occidental), para darse cuenta de que hay un rasgo común que parece apuntar hacia la existencia de un proceso de criminalización de colectivos socialmente marginados, vulnerabilizados y depauperados: predominan determinados perfiles étnico-raciales, nivel socioeconómico bajo y condenación por delitos que atentan contra la propiedad privada o que están relacionados al comercio de drogas ilícitas, o sea, delitos representativos de un modo de ganarse la vida (aunque sea ilegalmente).
Lo anterior lo viene denunciando la criminología crítica desde fines del siglo pasado. Sus detractores, sin embargo, reclaman por comprobaciones empíricas de que la hipótesis sostenida es científicamente válida y no una desafortunada casualidad o la evidencia misma de la bestialidad de los parias sociales. Ello nos remite a la reflexión foucaultiana -plasmada en la obra Vigilar y Castigar- sobre tratarse la prisión del correlato de un tipo de régimen liberal que desplaza la pena anteriormente ejercida sobre el cuerpo a la pena ejercida sobre el alma. La incidencia del castigo sobre el alma significa la problematización del criminal detrás de su crimen, algo que, por cierto, aparece muy bien ilustrado en la literatura de Albert Camus en la obra El Extranjero. De ahí la inserción del campo psi -entre otros- en el ámbito penal. No con vistas a humanizar el castigo sino para colaborar en el proyecto de domesticar, configurar y guiar la conducta del individuo a fin de volverlo útil para que sea productivo, garantizando así la sujeción constante de sus fuerzas. Proyecto éste en el que, además, colaborarían también las escuelas y las fábricas.
Reticente a las intervenciones psicológicas basadas en la normalización/adaptación de las personas y preocupada por las desigualdades que sostienen estructuras sociales injustas, la psicología social crítica ha emergido con el propósito de investigar y evidenciar la opresión social a través de analizar el sufrimiento psíquico que ella genera en el sujeto. Tras meditar sobre el panorama aquí expuesto y con la finalidad de contribuir con la labor tanto de la criminología crítica como de la psicología social crítica, hemos realizado el estudio titulado Relaciones comunitarias y satisfacción vital: diferencia entre delincuente y no delincuentes. A través de aplicar el método científico debidamente adaptado a la investigación social, comparamos un grupo de presos con un grupo de universitarios con respecto a la medición de variables de corte psicosociológico (sentido de comunidad, participación social, fatalismo y satisfacción con la vida), que nos ayudaron a: 1) observar de manera privilegiada la influencia de lo social, cultural, político y económico en lo individual; 2) empezar a tantear el padecimiento que conlleva la existencia bajo condiciones de exclusión social y de qué modo el crimen puede figurarse como un intento de superarlo. Finalmente, llegamos a la siguiente conclusión: ni sobrehumano ni aberrante, el desvío nos pone frente a frente con los límites, pero no en términos disciplinarios sino de las políticas de la existencia. Esperamos que la lectura del artículo sea de provecho.
El artículo completo puede encontrarse en la revista Apuntes de Psicología:
Ferreira, C. P., & Jiménez, M.D.P.M. (2019). Relaciones comunitarias y satisfacción vital: diferencia entre delincuentes y no delincuentes. Apuntes de Psicología, 37(1), 21-29.