La ciencia (y el arte) de la confusión

La ciencia (y el arte) de la confusión
La ciencia (y el arte) de la confusión

Infocop | 07/05/2019 5:00:00

«La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia», Edgar Allan Poe.

Con el dolor por la cancelación de las V Jornadas sobre Infancia y Adolescencia, y con la descalificación profesional sufrida como organizadores de las mismas, creo que nos toca y nos merecemos, después de tanta tinta vertida, un pequeño espacio para contextualizar lo ocurrido y narrar de la forma más aséptica posible la secuencia de los hechos sufrida como protagonistas inesperados.

Hay algunas cosas que deberían quedar claras en medio de la confusión creada, y que paso a exponer a continuación.

Nuestras V Jornadas sobre Infancia y Adolescencia están organizadas por la Unidad de Gestión Clínica de Salud Mental, con la colaboración del Excmo. Ayuntamiento de Vélez-Málaga y el Área de Gestión Sanitaria Este de Málaga-Axarquía.

Las anteriores ediciones se han venido desarrollando durante 4 años de convocatorias consecutivas, acreditadas todas ellas por la Agencia de Calidad Sanitaria de Andalucía.

En su historial, estos encuentros suman más de un centenar de ponentes invitados hasta ahora, entre los que se encuentran el Director del Plan Integral de Salud Mental de Andalucía, Directores de UGC de Salud Mental, Jefes de Servicio y de Unidades, profesionales de distintas especialidades sanitarias: Ginecología, Endocrinología, Medicina de Familia, Pediatría, Psiquiatría, Psicología Clínica y Enfermería Obstétrica, profesionales de los Servicios Sociales del ayuntamiento como trabajadores sociales, técnicos del Ayuntamiento, educadores, abogados y psicólogos, profesionales de Justicia como jueces, fiscales de menores, profesionales encargados de medidas judiciales, y profesionales de la Educación como orientadores escolares, profesores terapéuticos, maestros de primaria, profesores de institutos, profesores de universidad. Y, por último, de lo que nos sentimos orgullosos, siempre se ha contado con la voz de los propios protagonistas de nuestra historia, nuestras niñas, niños y adolescentes a los que, a menudo, no aportamos la suficiente seguridad afectiva, estabilidad y claridad interaccional para construir el nicho ecológico y social, que todos los seres humanos necesitamos para poder desarrollar nuestras potencialidades como especie, sociedad, familia e individuos.

Estas Jornadas sobre Infancia y Adolescencia se centran en potenciar la calidad y los espacios de intercambio científico, asistencial y de convivencia pública, promoviendo la implicación y colaboración en su desarrollo de las instituciones públicas; autoexcluyéndonos voluntariamente de los circuitos al uso de financiación subordinada a los intereses de la industria farmacéutica.

Son Jornadas a presupuesto cero, sin cobrar por la asistencia, ni pagar por las ponencias. Ello supone que, con el apoyo de las instituciones públicas colaboradoras, tanto ponentes, asistentes y organizadores, hacemos realidad este encuentro por el mero interés personal de mejorar, compartir y dar a conocer este modo de acercarnos y atender la realidad infanto-juvenil.

Nuestra propuesta de Jornadas es crear un espacio de encuentro participativo, centrado en lo fundamental de estas etapas vitales, una visión evolutiva dirigida a favorecer el desarrollo de las capacidades de nuestras niñas, niños y adolescentes; lejos de los procesos iatrogénicos de psicopatologización y estigmatización que, a menudo, a nivel profesional, social y mediático impregnan nuestra visión de estas etapas.
 
En concreto este año, se trataba de compartir cómo Vélez-Málaga ha llegado a ser ciudad Amiga de la Infancia, cómo ven nuestros niños y niñas los centros sanitarios, cómo el alumnado de nuestros institutos, tras formarse en activos de salud, han construido su propio mapa de activos, cómo los profesionales del derecho aportan ideas para evitar que la infancia y la adolescencia no se vean judicializadas, cómo los profesionales de forma intersectorial son capaces de buscar nuevas formas de ayudar a niños y niñas con problemas graves de conducta o de aprendizaje más allá de las etiquetas.

Este era el verdadero contenido de las jornadas.

Y una vez que el programa había sido propuesto, cerrado y aprobado por las dos entidades colaboradoras, una vez realizada la difusión del mismo e iniciado el periodo de inscripción, a los tres días y con más de 40 profesionales ya inscritos:

  • En primer lugar, el Excelentísimo Ayuntamiento de Vélez-Málaga, a través de la concejala de Servicios Sociales, nos impone el veto a uno de los ponentes (el Catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo, Marino Pérez), haciendo suyas las presiones y comentarios de determinadas asociaciones, en los términos de que: o dicho ponente se sale del programa o el Ayuntamiento se sale de la colaboración con las Jornadas.

  • En segundo lugar, tras tener que pedir disculpas a todos los ponentes, profesionales inscritos y convocados, y con la aprobación de la Dirección de nuestra UGC de Salud Mental, Dirección Médica y de la Gerencia del AGS Este de Málaga-Axarquía, se vuelven a convocar en las mismas fechas en el Salón de Actos del Hospital Comarcal. Tras cinco días desde la nueva apertura del periodo de inscripción, con 99 asistentes ya inscritos, se recibe la orden de cancelación desde la Gerencia del Servicio Andaluz de Salud. En ningún momento se nos ha dado justificación alguna, viéndonos OBLIGADOS a anular su realización.

Nos parece inadmisible que se trate de confundir a la opinión pública con la idea de que se ha tratado de un problema de falta de acuerdo con otras entidades ajenas al evento.

Esta ha sido la secuencia de los hechos, y podemos ofrecer la documentación que avala dicha secuenciación, así como el programa.

Está claro que lo que aquí ha ocurrido tiene sus motivos de fondo y un profundo calado, que merece un debate, a no ser que impere la Ley del pensamiento único.

Es entendible que nuestro modelo de atención y de intercambio de visiones diversas, pueda chocar, en muchos aspectos, aunque no tendría por qué ser necesariamente así, con los intereses “legítimos” de ciertas asociaciones que reclaman más medios para la atención (adecuada o inadecuada) de ciertas problemáticas de salud mental en la infancia y la adolescencia. También es evidente que hay asociaciones apuntadas a los modelos imperantes, lo cual les da un poder impresionante sobre las instituciones sanitarias, no sólo para tener la capacidad de vetar y bloquear cualquier discurso que salte el pensamiento único que abanderan; sino también para imponer como oficial su propia guía de práctica clínica al Servicio Andaluz de Salud sin el más mínimo consenso entre los profesionales que han de llevarla a cabo.

Ese mismo poder que, sin embargo, no tienen la valentía de utilizar para reclamar que se cumpla aquello que sus propias guías predican (esto sí, en coherencia con guías tan prestigiosas como la NICE inglesa), dotando a los centros escolares de un orientador por centro, y más psicólogos clínicos en los dispositivos de Salud Mental para que puedan desarrollarse las medidas iniciales de mayor evidencia científica, la intervención psicopedagógica en el centro escolar, y el abordaje psicológico con niños y familias.

También está claro que sigue prevaleciendo un modelo biomédico de atención sanitaria basado en el concepto de déficit y enfermedad, que ha tenido y tiene su éxito socio-asistencial y de mejora en la atención para ciertas patologías en las que se ha podido investigar y concatenar el método clínico de diagnóstico, etiología y tratamiento. Tenemos nuestras dudas sobre que sea coherente denominar biológico a este planteamiento en algunas ocasiones, sobre todo cuando está basado en la disección deductiva y en la búsqueda de causas únicas finalistas, que es todo lo contrario al cambio y la incertidumbre intrínseca en los intercambios necesarios con el medio de cualquier ser vivo.

Este planteamiento choca con la complejidad de las problemáticas psicológicas y sociales, y de salud mental, donde las clasificaciones psicopatológicas han llegado como mucho a ser mero consenso descriptivo de posibles enfermedades. De todos es consabida la mayor curación producida hasta la actualidad con el mero hecho de la abolición como enfermedad por parte de la OMS en 1990 de la homosexualidad.

Este modelo “biologicista” también chirría con el proceso evolutivo filogenético como especie, donde para desarrollar la bipedestación, el aumento del cerebro y la capacidad de lenguaje complejo, tuvimos que renunciar a la mayoría de la carga genética instintiva para producir una maduración exógena, epigenética, en constante interacción con el medio ambiente. En la actualidad, ya se ha demostrado que, a nivel ontogenético, este proceso de maduración resulta más activo hasta que el individuo llega al entorno de los veinte años, y que es el sustrato biofísico que sustenta nuestra gran capacidad de aprendizaje (y de error).

De ese cerebro tan evolucionado al que tanto apelan algunos mentalistas, y que los neurocientíficos calculan que contiene casi 100.000 millones de neuronas, no se suele decir que el máximo número de conexiones sinápticas (un cuatrillón) de una persona se alcanza en torno a la edad de tres años. Y, sin embargo, a medida que el ser humano crece, la cantidad de conexiones se reduce drásticamente hasta unos 500 billones existentes en el cerebro adulto. Así pues, la carga genética dota a la especie y al individuo de un plus de posibles conexiones, que el contexto y la funcionalidad adaptativa de dichas conexiones se encarga de delimitar para hacerlas eficientes, asociando el aprendizaje al proceso de poda neuronal.

Estos mentalistas biologicistas olvidan a menudo que ese extraordinario órgano del que se ha dotado evolutivamente el ser humano, el cerebro, está en pleno desarrollo ontogénico, que tiene innumerables áreas aún por mielinizar, por generar circuitos neuronales funcionales definidos por el contacto con los estímulos del contexto. Se olvidan de que, además del desarrollo de huesos, carne y células, se está produciendo el desarrollo psicológico, se olvidan que la capacidad de las operaciones concretas empieza a desarrollarse en torno a los 7 años, precisamente, tras la importante adquisición de la herramienta operacional de la lectoescritura. Se olvidan que estamos en pleno proceso preoperacional de Piaget, definido por las siguientes características:

“La lógica preoperacional es egocéntrica e inestable. Es egocéntrica porque los niños de esta edad todavía no han aprendido a «descentrarse» de sí mismos y a considerar las cosas desde las perspectivas de otras personas. Actúan como si todos los demás pensaran exactamente como ellos, supieran exactamente lo que quieren decir, etcétera. A menudo no notan o no les importan los indicios de que estas suposiciones son incorrectas (Vygotsky, 1962; Flavell y cois., 1968; Miller, Brownell y Zukier, 1977). Su disposición para trabajar o jugar de manera cooperativa con compañeros es limitada, al igual que su comprensión de las reglas sociales, las nociones de la justicia y el papel de las intenciones para distinguir las mentiras de los errores o la agresión de los accidentes (Wadsworth, 1989)”.

Así pues, tenemos un grave problema con los que definen el TDAH como una enfermedad del desarrollo neurológico de origen genético. Y es que esta afirmación es profundamente cierta. Es cierta para el 100% de las niñas y niños de la especie humana. ¡¡Su cerebro aún está genéticamente limitado en su desarrollo en estas edades!! Ironía aparte, tenemos que decidir si perseguimos cualquier desajuste en el proceso de desarrollo evolutivo dentro del ecosistema que forma el niño o niña, familia y escuela, justificándolo en la genética con el mero argumento de una escala autoadministrada, o valoramos y actuamos sobre las situaciones particulares de cada niño o niña y su contexto sociofamiliar y escolar.

También se juegan de fondo al menos dos modelos epistemológicos de acercamiento al saber sobre la salud mental, que tienen mucho de complementarios, pero por desgracia, funcionan más como rivales en la lucha por la hegemonía del discurso y los recursos sanitarios. Por un lado, el modelo psicopatológico dominante basado en el modelo médico antes mencionado, sustentado e ingentemente investigado desde amplios sectores de la Medicina, la Psiquiatría, la Farmaindustria y de buena parte de la Psicología Clínica, profesional y académica, que trata de perfilar cada vez más instrumentos y técnicas diagnósticas y de conceptualización de síndromes y patologías cada vez más específicas. Por otro lado, aún precario en algunos aspectos, está el modelo que se sustenta en el estudio y profundización del complejo concepto del comportamiento, de la conducta humana, del desarrollo de modelos complejos basados en el devenir psicobiográfico de la persona; que trata de articular los componentes del sustrato biológico, emocional, cognitivo, pragmático, relacional, de significación lingüística, de definición de sentido y funcionalidad; y todo ello, en coherencia con un contexto ecosistémico, el contexto sociocultural articulado en la interacción y el lenguaje; que como especie hace muchos milenios que definimos como nicho ecológico para evolucionar, para bien y para mal, sin olvidar nuestras limitaciones estructurales biológicas y corporales como especie e individuos.

Está claro que como especie tenemos unos determinantes biológicos corporales con los que no podemos permanecer 15 minutos bajo el agua. En nuestro caso, seguro que nos ahogamos en menos de 2 minutos, pero hay otros muchos, que con una historia de aprendizaje psicobiográfico contextualizado dentro de su ecosistema vital y social, son capaces de duplicar mis capacidades superando los 5 minutos; y esto también es biológico y corporal, pero epigenético. Y hay otros muchos, incluidos nosotros, que, con un pequeño cursillo de unas horas, y con la ayuda de la tecnología de una bombona de oxígeno, podríamos superar la media hora, 25 veces más que yo y muy por encima de los límites de mi especie; y es corporal y biológico, pero no genético, ni siquiera epigenético, mero aprendizaje del manejo instrumental de la tecnología. Esa misma tecnología que demuestra la gran capacidad de atención desarrollada epigenéticamente en cualquier niño o niña diagnosticado del “síndrome de alteración en el desarrollo neurológico de origen genético llamado Déficit de Atención e Hiperactividad TDAH”.

Claro que, por encima de todo planteamiento teórico, están las vivencias y dificultades de esas niñas y niños y de sus familiares y sus decisiones. Desde mi punto de vista, sólo existen tres supuestos que justifiquen nuestra injerencia profesional en la vida de nuestros pacientes: que ellos nos lo pidan por su propia iniciativa e impotencia de manejar autónomamente su sufrimiento, o por su aceptación de la propuesta de otro profesional. En estos dos casos, los padres siguen manteniendo su responsabilidad y capacidad de criterio para aceptar las sugerencias terapéuticas o directamente detenerlas. O bien, porque se observe una manifiesta situación de negligencia o perjuicio para el infante o paciente. No está de más que en algunos profesionales haya calado algo el discurso sistémico, o simplemente se haga por mera conciencia ética o corrección política.

Esa es la verdadera libertad de las familias y el reconocimiento de su responsabilidad y capacidad de decisión sobre lo que consideran más adecuado para la atención de sus hijos; el que cada familia elija cómo tratar de ayudar a su hijo o hija a manejar sus dificultades de la mejor manera posible, con la máxima información y con el asesoramiento profesional que consideren más correcto.

Esa voz particular de cada familia no siempre tiene que coincidir, y a menudo se vuelve inaudible entre tanta consigna reiterativa de otros adultos (madres, padres o profesionales), que prefieren priorizar el alcanzar todo el poder posible, con el honorable objetivo de salvar a la infancia de ciertas “enfermedades”, promoviendo el diagnóstico de legiones de niños y niñas (algunas estadísticas llegan a superar el 20% de la población infantil); y con la inestimable muleta para toda la vida de algún derivado anfetamínico. Legiones que, a su vez, afianzan su posición de verdaderos lobbies con poder para imponer su pensamiento único.

Resulta al menos paradójico que, para muchas familias, sea de mucho mayor alivio que les definan profesionalmente que su hijo o hija tiene una enfermedad de su desarrollo neurológico que es genética, y que, por tanto, ha heredado de sus padres; a que otro profesional, claramente con una inferior posición de supuesto saber, le informe que su hijo o hija no está sabiendo afrontar ciertas dificultades de su proceso de desarrollo evolutivo, y que hay herramientas que dependen en gran medida de ellos, que pueden ayudarle con o sin nuestro apoyo, a aprender un mejor afrontamiento y un desarrollo de sus potencialidades. También resulta llamativo que la mitad de las familias a las que se les ofrece un proceso grupal de acompañamiento y aprendizaje en el manejo de las dificultades de sus hijos, simplemente no acudan a dicha propuesta de tratamiento o prefieran otros abordajes que consuman menos del preciado tiempo de nuestra sociedad inquieta, fácilmente compensado por el mayor consumo de fármacos y etiquetas diagnósticas, y con la posibilidad añadida de cierto grado de minusvalía o de beca escolar compensatoria, o Ley de dependencia. Queremos dejar claro que no cuestionamos la necesidad o conveniencia de apoyos, pero apoyos que ayuden a mejorar el bienestar de las niñas, niños y adolescentes y a sus familias, no apoyos que los supediten o invaliden desde la incapacidad.

Pero nos encontramos en la era de la información y de la tecnología, y la realidad es la realidad que construimos, la realidad virtual y efímera que dura lo que dura una noticia como “trending topic”. Como bien saben mentalistas, biologicistas mecanicistas, periodistas, psicólogos, políticos y empresarios entre otros, la realidad se construye más allá de las reacciones químicas o las fuerzas físicas también con el manejo del lenguaje y la información. Estamos en la época de la post-verdad, de la narrativa que más ruido meta o más poder tenga de difusión en los mass media, Internet y redes sociales.

Las leyes ya añejas de la Guestalt y de la Teoría de la Información demostraron que las percepciones no son meramente representativas, sino claramente constructivas de la realidad. Incidiendo en los planteamientos de Watzlawick y Bateson, podríamos decir que: “cada vez que uno percibe, traza distinciones, y con cada distinción establecemos categorías que tratan de confirmar y amplificar los esquemas de realidad que ya poseemos y con los que nos sentimos más a gusto”.

En este desagradable episodio, de suspensión de las V Jornadas sobre Infancia y Adolescencia, siguiendo las leyes de la forma, de figura y fondo: el fondo ha pasado a primer plano y tiene un profundo calado y un debate que podría prolongarse en el tiempo, a no ser que impere la Ley del pensamiento único. Pero la utilización interesada de ese poderoso fondo, trata de ocultar lo dramático y lo verdaderamente importante de las formas:

¡¡¡Que se ha vetado la libertad de expresión y comunicación del pensamiento científico en aras de unos intereses particulares dominantes; y que han sido las instituciones públicas garantes de esa libertad, de la convivencia y de la salud de la población, los instrumentos que han hecho posible dicho veto!!!

Queremos dar nuestro agradecimiento a todas las personas que han hecho posible las Jornadas estos años, en especial por la desinteresada colaboración de los ponentes y la presencia masiva de asistentes. Agradecemos a las niñas, niños y adolescentes, así como a sus familias, el haber podido coincidir y aprender mutuamente a afrontar nuestro vivir, y pedimos disculpas a aquéllas con las que no hemos sabido hacerlo posible.

Gracias también a las instituciones colaboradoras que nos dejaron durante cuatro años crecer como niñ@s y adolescentes; antes de obligarnos a decidir entre enfermar o irnos de casa.

martes, 7 de mayo de 2019 @ Infocop Online • 

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